viernes, 23 de mayo de 2014

SOBRE LA JORNADA DE REFLEXIÓN

Como en cada periodo electoral en España, el día antes de la celebración de las votaciones tiene lugar la denominada "jornada de reflexión". Aunque nuestra normativa no llega a los límites de la legislación argentina, por ejemplo, entre cuyas prohibiciones figura la expedición de bebidas alcoholicas entre 12 horas antes y 3 horas después de la celebración de los comicios, no deja de ser excepcional en el seno de la Unión Europea. 


Su inclusión guarda más relación con la supuesta protección de los votantes frente a manipulaciones mediáticas o partidistas en fecha tan señalada, que con la reflexión personal propia a la que alude su denominación. No obstante y al margen del debate sobre su anacronismo, no deja de resultar interesante especular sobre qué podría ser objeto de reflexión durante la jornada previa al día de las votaciones.



Suponer que los votantes hemos recibido y analizado toda la información electoral de las formaciones que se presentan y que, tras un detallado análisis, procedemos a reflexionar sobre la que más se ajusta con nuestro credo para otorgarle nuestro voto es poco menos que un chiste, lo sé. La sobresaturación de datos, los prejuicios, la indiferencia o la militancia en alguna de esas formaciones impiden que eso sea posible. 





Sin embargo, cuando ya llevamos unos años de profundo desapego de muchas personas hacia las instituciones públicas y esa masa heterogénea conocida como "los políticos", quizá no es tan mala idea que, por una vez, seamos capaces de despojarnos de ideas preconcebidas. De superar nuestra indignación y desprecio. Y que podamos dedicar unas horas a pensar sobre la verdadera importancia de un proceso electoral y las consecuencias que van asociadas al mismo.


Naturalmente, no pretendo afirmar que esas reflexiones no hayan tenido lugar en otros momentos a lo largo del año o meses anteriores a la celebración de las elecciones. Tan solo que en el día previo a las votaciones puede ser útil realizar ese ejercicio de análisis interno.


Así pues, creo que una de las preguntas clave que debemos formularnos es si el hecho de votar puede cambiar o no algo que afecte a nuestras vidas o, por el contrario, todo va a continuar siendo igual. Si echamos un vistazo a la situación del país desde los últimos comicios celebrados (en toda España) en noviembre de 2011 podemos comprobar como ha variado sustancialmente. De cada uno depende valorar si ha sido para peor o mejor, pero es indiscutible que las normas laborales, el acceso a la justicia, a la educación o a la sanidad se han modificado en estos dos años y medio de gobierno. La situación económica y de empleo tampoco es la misma. 


Se trata de materias que inciden enormemente en nuestras vidas y las de las personas que nos rodean. Por lo tanto, podemos afirmar sin duda que del resultado de unas elecciones se derivan unas consecuencias ante las que no podemos ser indiferentes, ya que estas no lo son desde luego respecto a nosotros. En el caso de las europeas, teniendo en cuenta el altísimo porcentaje de legislación comunitaria que determina después la nacional en materias como energía, alimentación, pesca, agricultura o finanzas, también se cumple esta premisa.


Es difícil visualizar que el voto de un individuo tenga tanta importancia porque a menudo olvidamos la naturaleza global, colectiva, del procedimiento. Pero son precisamente los pensamientos relativos a la inutilidad de nuestra aportación los que nos impiden apreciar que es la suma de voluntades la que conforma las mayorías que luego crean los grupos políticos que, finalmente, inciden en nuestro entorno vital. 


Eso nos lleva a la segunda de las preguntas que debemos plantearnos. ¿Es lo mismo votar a una formación que a otra? Para hallar la respuesta debemos remitirnos de nuevo a las diferencias a las que hacía referencia en sanidad, educación, normativa laboral o justicia. El debate sobre si las políticas actuales son mejores o peores se circunscribe, como he dicho, a la esfera personal (mi opinión es de sobras conocida). Pero si incluso entre legislaturas diferentes de gobiernos de un mismo color las variaciones suelen ser palpables en estas áreas, cuando se trata de formaciones distintas son enormes. 


Habrá quienes piensen que no es así, pero las leyes promulgadas y sus consecuencias sociales, jurídicas y económicas a la vista están. También hay formaciones políticas que, a pesar de reconocer en privado las diferencias existentes, han hallado un filón mediático en equiparar públicamente a partidos distintos. No deja de resultar cómico y paradójico que eso, a su vez, les asemeja a ellos entre sí mucho más de lo que aseguran que lo están las formaciones a las que acusan. 



La tercera de las preguntas que podríamos hacernos consistiría más bien en un examen de conciencia. En preguntarnos a nosotros mismos si aplicamos siquiera la mitad del grado de exigencia que reclamamos de las instituciones democráticas. Si somos transparentes, justos, equitativos. Si pagamos nuestros impuestos y no evadimos, si somos honrados, si respetamos a todos por igual. Porque como ante cualquier acontecimiento social, afrontarlo con cierta humildad y conocimiento de las limitaciones humanas puede contribuir a diluir la convicción que muchas veces ejercemos de que nuestra supuesta superioridad moral nos impide participar en estas cuestiones. 


Por supuesto, la exigencia hacia quienes ejercen la representación pública debe ser mayor por el comportamiento ejemplar que les corresponde, pero también considero oportuna esa reflexión interna. 


Por último, ya que este texto no es más que una elucubración personal con dimensión pública y no un catálogo, también puede resultar útil valorar si nuestra vinculación directa con todo lo atinente al resultado de unas elecciones se limita a ejercer nuestro derecho a votar.  O, por el contrario, si vamos a tratar de seguir participando con nuestras críticas, nuestras quejas, nuestras felicitaciones o nuestras opiniones sin más dirigidas hacia nuestros representantes electos. La irrupción de las redes sociales permite hoy en día la posibilidad real de que así sea, por lo que ya no es excusa la supuesta muralla infranqueable que antaño sí existía. 


No puedo evitar acabar este texto recordando las palabras de Herman Hesse cuando afirmó que la práctica debe ser producto de la reflexión y no a la inversa. 


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