martes, 16 de noviembre de 2010

ERRORES COMUNES SOBRE LA LEY SINDE

A lo largo de estos últimos días, he recibido en mi dirección de correo electrónico unos 2.000 mensajes solicitando mi voto en contra de la denominada popularmente como "LEY SINDE" que, a su vez, forma parte de la Ley de Economía Sostenible (LES). La cifra no es una exageración generalizada. Tan sólo durante este fin de semana fueron más de 1.000. Su contenido es similar en la mayor parte de los casos, aunque no, desde luego, las formas. Algunos son respetuosos y contienen argumentos inteligentes. Otros parecen más bien una broma de su autor. Los hay escuetos y directos y los hay largos e irreverentes. Pero todos suelen incidir en un error material: la supuesta falta de autorización judicial para el cierre de páginas webs. Las otras acusaciones hacen referencia a una supuesta restricción de derechos y libertades, cuando no a una actuación en comandita de los poderes públicos con grupos de intereses privados.



Es probable que esta circunstancia se deba a un error de interpretación del texto legislativo, o bien a que la información que se ha difundido en los medios es escueta. El Proyecto de Ley puede consultarse en la página web del Ministerio de Economía y Hacienda y el artículo o disposición que hace referencia a los cambios en esta materia es la Disposición Final Segunda. Se modifican, fundamentalmente, tres normas: La Ley 34/2002 de Servicios de la Sociedad de la Información y del Comercio Electrónico; el Real Decreto Legislativo 1/1996 por el que se aprueba el Texto Refundido de la Ley de Propiedad Intelectual y la Ley 29/1998 de la Jurisdicción Contencioso Administrativa.


¿Y cuáles son el o los elementos del texto que han provocado el desencadenamiento de semejante tormenta digital entre algunos internautas? Pues, fundamentalmente, la creación de la Comisión de Propiedad Intelectual (CPI en adelante) y, concretamente, su Sección Segunda. Los motivos de los recelos de los ciudadanos que han mostrado su disconformidad son varios, pero la mayoría hacen referencia a este órgano como un elemento de control semiprivado o que responde a intereses particulares, así como a sus supuestas capacidades censoras sin autorización judicial. Ambos extremos son incorrectos. Veamos por qué.


Tal y como establece la propia ley, la CPI es un órgano adscrito al Ministerio de Cultura. Su composición deberá ser determinada por un reglamento, pero como institución pública su funcionamiento está completamente subordinado al cumplimiento de la legalidad. No es la primera ocasión que se utilizan fórmulas de composición público-privadas en la Administración. El Fondo de Garantías Salariales (FOGASA) es un ejemplo.


Ahora bien, en lo que sí es especialmente taxativa la DF Segunda de la LES es en la ABSOLUTA NECESIDAD DE AUTORIZACION JUDICIAL PREVIA para la clausura de una página web en la que se estén vulnerando derechos de propiedad intelectual.  Y no lo expresa tan sólo en una ocasión a lo largo de su contenido, sino en varias. Así, el apartado Cuatro.4) de la citada disposición señala:

"La sección podrá adoptar las medidas para que se interrumpa la prestación de un servicio de la sociedad de la información o para retirar los contenidos que vulneren la propiedad intelectual por parte de un prestador con ánimo de lucro, directo o indirecto, o que haya causado o sea susceptible de causar un daño patrimonial. La ejecución de estos actos, en cuanto pueden afectar a los derechos y libertades garantizados en el artículo 20 de la Constitución, requerirá de la previa autorización judicial, de acuerdo con el procedimiento regulado en el artículo 122 bis de la Ley reguladora de la Jurisdicción Contencioso- administrativa".


Y el artículo 122 bis al que hace referencia:

"1. La ejecución de las medidas para que se interrumpa la prestación de servicios de la sociedad de la información o para que se retiren contenidos que vulneren la propiedad intelectual, adoptadas por la Sección Segunda de la Comisión de Propiedad Intelectual en aplicación de la Ley 34/2002, de 11 de julio, de Servicios de la Sociedad de la Información y de Comercio Electrónico, requerirá de autorización judicial previa de conformidad con lo establecido en los apartados siguientes."


Los juzgados a los que corresponderá dictar las oportunas resoluciones judiciales en esta materia son los Juzgados Centrales de lo Contencioso Administrativo. En consecuencia, no se vulneran derechos fundamentales, y toda la actuación administrativa está sometida al imperio de la ley. Los procedimientos se iniciarán SIEMPRE previa denuncia del titular de los derechos de propiedad intelectual afectados o de persona delegada en tal función.


Es posible, entonces, que muchos de los que protestan por la aprobación de estas disposiciones cambien de opinión cuando conozcan su contenido íntegro. Porque estarán de acuerdo en que la defensa y protección de los derechos constitucionales que tanto aducen en su argumentación, también incluye la propiedad intelectual, según el artículo 20.1.b) de la Constitución Española



En algunas ocasiones, parece subyacer un temor a un hipotético futuro en el que deban abonar por conseguir productos protegidos por la normativa en materia de propiedad intelectual. Sería necesario recordar que, pese a la realidad que opera en Internet, los autores de cualquier tipo de producción literaria, científica, artística o de cualquier índole tienen derecho a percibir una remuneración por la reproducción de su obra. Que son los principales perjudicados por la violación sistemática de esos derechos. Y que, salvo renuncia expresa a los mismos, la normativa vigente que los ampara se ha mostrado insuficiente hasta la fecha para garantizarlos. 


Ahora bien, como en todo debate principal, existen otras cuestiones colaterales que también provocan el descontento de algunos internautas. El pago del canon por la compra de CD's y DVD's es uno de ellos, en mi opinión absolutamente injusto y además innecesario, especialmente con la publicación de la futura LES. El abuso por parte de entidades de gestión de derechos de autor en su actuación y de determinadas entidades del sector del ocio es otro. Son cuestiones conexas que también deben ser abordadas debidamente, pero que en modo alguno justifican la oposición a la promulgación de una norma que trata de poner fin a una práctica que, no por extendida, es y ha sido siempre, completamente ilegal.


También es discutible la técnica legislativa empleada, aunque este aspecto daría lugar a un debate de un calado técnico jurídico aún mayor que el empleado en este texto. Soy consciente de lo aburrido que puede resultar para los profanos en la materia, es decir, muchísima gente. Y lo comprendo.


Quienes citan en sus correos la infracción de la presunción de inocencia, la seguridad jurídica y la defensa de la cultura por encima de los intereses privados, olvidan que las dos primeras solamente están garantizadas cuando se cumple la normativa legal vigente. En cuanto a la defensa de la cultura, desde el momento en que se eliminan o ignoran los medios de subsistencia de gran parte de sus creadores se está atentando contra la misma.


Considero necesario un ejercicio de reflexión por parte de todos los aludidos. Es cierto que el modelo empresarial de muchos sectores del ocio ha adolecido de defectos terribles. Pero la fórmula no pasa por atentar contra los intereses directos de los más desprotegidos en esta materia, los autores, sino por el fomento de nuevas formas de distribución que permitan un equilibrio entre los intereses de todas las partes como, por ejemplo, el programa Spotify o Itunes.




Actualmente, el debate se había desviado tanto desde su origen que hemos tenido que acabar justificando la legalidad vigente contra la costumbre arraigada de cogerlo todo sin pagar por ello. Eso supone una adulteración de las reglas del juego democrático. Para exigir su cumplimiento todos debemos ser los primeros en dar ejemplo de su aceptación sin reservas.

lunes, 8 de noviembre de 2010

BAILANDO CON LOS MUERTOS...

El viernes pasado se estrenó en España la serie de TV "Los muertos vivientes", basada en el cómico homónimo escrito por Robert Kirkman y dibujado por Charlie Adlard. Es probable que si estás leyendo estas líneas, hayas pensado que vas a malgastar tu precioso tiempo con algo tan aparentemente superficial como la temática zombi. No te culpo. Pero, al contrario de lo que crees, lo que ha conseguido la historia tejida por Kirkman es elevar a lo sublime un subgénero que suele despertar toda clase de prejuicios en aquellos que desconocen la materia. Tantos años de bazofia publicada han dejado un poso en el imaginario colectivo difícil de limpiar.



Lo primero que llama la atención de la ignorancia general que impera en el asunto, es que una de las principales críticas sociales que suele formularse aprovechando la excusa del holocausto zombi se refiere precisamente a eso: la sedación mental de nuestra sociedad; la alienación de muchos de nosotros, meros comparsas necesarios de los que mueven los hilos en realidad, con el piloto automático siempre conectado. Por eso, el impulso inicial que se atribuye a muchos de los muertos vivientes en los clásicos cinematográficos es acudir a los grandes centros comerciales, donde deambulan por sus puestos y escaleras mecánicas por pura inercia. Naturalmente, la parodia también está presente en esa alegoría.



Pero lo que realmente ha engrandecido una temática que de por sí no era más que visceras y terror adolescente primitivo, ha sido el desarrollo de cada uno de los personajes que suelen conformar el elenco de supervivientes imprescindible en cualquier historia. Así, un mundo poblado por seres putrefactos que caminan con el único objetivo de hincar el diente a nuestras tiernas carnes, se constituye en la justificación perfecta para situar a un grupo de humanos en una situación límite. En ella, cada uno reacciona dando lo mejor y lo peor que lleva dentro y los matices, las contradicciones, los tabús sobrepasados, el cambio de esquemas de valor, crea los claroscuros necesarios para dotar a los protagonistas de una profundidad y riqueza extraordinarias.



¿Qué sentido tiene ser un agente del orden cuando ya no existen normas que cumplir? ¿De qué sirve tener millones de euros en tu cuenta bancaria cuando el dinero es sólo papel mojado sin valor de cambio alguno? ¿Para qué tratar de hacer amigos cuando quizá mañana debas luchar a vida o muerte con uno de ellos por una lata de conservas? ¿Qué importa lo que fuiste antes del holocausto si vives en un mundo que ya no tiene pasado? ¿El determinismo ha deparado la situación que nos toca vivir o, por el contrario, tenemos libre albedrío para decidir nuestras acciones?


Todas estas cuestiones y muchas más se visualizan a lo largo de todos y cada uno de los números que componen "Los muertos vivientes". Y el autor destila las respuestas, presenta nuevos interrogantes que incitan a reflexionar sobre nuestra naturaleza enormemente vulnerable y sensible a todo cuanto nos rodea. Nos damos cuenta de nuestra extrema fragilidad cuando el marco de cristal en el que se representan nuestra vidas se hace añicos y quedamos desamparados como mendigos. Entonces el instinto de superviviencia se erige como la única ideología a la que permanecer fiel.


Al menos sobre la superficie. Porque en el subsuelo de todo esto subyacen los verdaderos sustratos que otorgan la ambigüedad necesaria que induce a la reflexión a la que me he referido. El maniqueismo aquí no tiene lugar porque nada es blanco o negro per se. Empatizamos con cada uno de los perfiles que el autor ha trazado como un artesano experto. Los amamos u odiamos según el papel que les corresponde representar. Nos identificamos con sus grandezas y sus miserias, que son las nuestras. Asistimos a su evolución y disfrutamos los nuevos matices que se vislumbran cada vez que se introducen otras piezas en el puzzle.


En un mundo en el que casi todo lo conocido ha transmutado en algo distinto. En el que los valores tradicionales han sido sustituidos por otros absolutamente opuestos. Cuando la excepción se convierte en norma y lo habitual en excepción, los muertos vivientes, como dice Rick, el protagonista absoluto de la historia, somos nosotros.


La serie de TV parece que estará a la altura de la obra original. Los viernes por la noche tenemos todos una nueva razón para quedarnos sentados frente al televisor. Pero, en esta ocasión, nuestro cerebro lo agradecerá tanto como desearían devorarlo los zombis que ocupan una buena parte de la pantalla.