miércoles, 2 de enero de 2013

EUROPA COMO HORIZONTE Y SOLUCIÓN

Creo recordar que hace unos meses Felipe González manifestaba en una entrevista que el Gobierno de España solamente tenía capacidad para solucionar un 20% de la crisis que afecta a nuestro país. El 80% restante correspondía a Europa e/o instituciones globales. Sin valorar las cifras porcentuales aventuradas por Felipe, coincido absolutamente en su análisis: el margen de maniobra de España o cualquier otro país de la UE para combatir los problemas derivados de la economía está muy limitado en la actualidad.


Las causas son diversas y complejas. Sin pretender realizar una enumeración exahustiva, ni mucho menos, podemos citar que la pérdida de soberanía económica y fiscal venía de serie desde el momento en que comenzamos a formar parte de la, en aquel entonces, CEE. La globalización de la economía ha incidido también sin ninguna duda, así como el sobredimensionamiento de los mercados financieros que han conseguido el desplazamiento de la toma de decisiones en su materia hacía ámbitos extraparlamentarios.


Esto no comporta que por parte del Gobierno español no se pueda o deba hacer nada. Al contrario. Los numerosos recortes en derechos, prestaciones sociales, sanidad y educación son el mejor ejemplo de que las políticas nacionales todavía afectan enormemente a las vidas cotidianas de los ciudadanos. Pero también es cierto que una gran parte de esas políticas son dictadas desde los epicentros políticos europeos y mundiales.



No tengo la más mínima duda sobre la naturaleza conservadora y neoliberal de quienes ordenan o coaccionan para que los Estados lleven a cabo este tipo de medidas. Del mismo modo que tampoco las albergo respecto de los gobiernos que las aceptan e incluso aplican con el fervor del fanático, como el de Mariano Rajoy. Basta con observar el esquizofrénico mensaje lanzado por su partido: por una parte, lamentan que los recortes suponen una obligación impuesta desde las alturas; por la otra, afirman que es lo que el país necesita y que están haciendo las cosas correctamente.


Ahora bien, creo que las afirmaciones anteriores son conocidas por todos y no se trata de citarlas sin más como si esta fuera la única realidad posible, tal y como algunos pretenden que creamos. Más bien suponen la constatación de que el lugar donde se genera una parte muy importante del problema, es del que debe venir la solución.


La socialdemocracia europea ha demostrado en las últimas décadas y, especialmente, en la formación de Europa que el internacionalismo propugnado por los padres principales de la ideología no ha estado presente en la aplicación práctica de la política. Así pues, no ha sido extraño contemplar países gobernados por socialistas que aplicaban políticas fiscales, empresariales o laborales que perjudicaban enormemente a los trabajadores y clases más desfavorecidas de su vecino, muchas veces también con gobierno socialdemócrata.


Los tratados de Maastricht y Schengen no trajeron más libertad real para los europeos, sino más bien una competencia económica y empresarial que ha ido en detrimento de los derechos laborales con el objetivo de ganar más competitividad y libertad de movimiento de capitales. Al mismo tiempo, eso suponía deslocalización de fábricas y puestos de trabajo y guerra brutal de precios. 


La unión monetaria ha agravado algunos de esos problemas y ha añadido otros a la ecuación que han generado el indigesto cóctel que ofrece el panorama económico español.


Pues bien, la socialdemocracia europea ha de ser capaz de visualizar que el objetivo de las elecciones europeas de 2014 es más común que nunca. Y eso pasa obligatoriamente por una propuesta creíble desde el momento en que todos los partidos socialistas de la UE confluyamos a los próximos comicios  con puntos programáticos idénticos IRRENUNCIABLES en nuestros respectivos programas.



 
Algunos no deben suponer un problema mayor, como la efectiva implantación de una tasa para gravar las transacciones financieras o plantear una verdadera batalla contra los paraísos fiscales (y no necesariamente los que se hallan en lugares remotos, podemos empezar por casa: Andorra, Suiza, Mónaco, etc), por ejemplo.


Pero sobre otros se tiene que fijar una posición de manera definitiva y no será tan fácil. Un buen ejemplo lo tenemos con los socialistas alemanes y su opaca postura en cuanto a las políticas del BCE respecto a España y otros países, con las oscilaciones de las primas de riesgo y los beneficios para financiarse que supone esta situación para Alemania.


Así pues, debe haber un discurso coherente respecto a una armonización fiscal que impida que se cometan dislates como el caso de Irlanda y su tipo para el impuesto sobre sociedades (alrededor del 12,5%), que supone una sangría para otros países UE; un discurso coherente ante la importación de mercaderías de países que vulneran de forma expresa la normativa laboral internacional contra los que es imposible competir, es decir, mayor intervencionismo público (europeo en este caso) ante los abusos del capitalismo más salvaje; un discurso coherente respecto a la propia normativa laboral de los países comunitarios; un discurso coherente sobre el mantenimiento de un Estado del Bienestar como seña de identidad europea.


Y para eso serán necesarios líderes con la capacidad necesaria para poder comandar este gigantesco reto político. Hace unos días, Alfredo Pérez Rubalcaba ha lanzado un mensaje hacia sus correligionarios alemán, francés, británico, portugués e italiano. El PSOE es el segundo partido socialista en antigüedad en Europa. Los socialistas españoles acumulamos más de 20 años de gobiernos en los últimos 35. Creo que el momento es oportuno y la situación requiere de un esfuerzo extraordinario por parte de todos nosotros.


Nunca antes unas elecciones europeas habían sido tan trascendentales. Nunca tan imperiosa la necesidad de la socialdemocracia de ponerse a la altura de las circunstancias. Nunca tan grande el beneficio político y social que puede conseguirse.

Lo veremos en los próximos meses.