lunes, 17 de septiembre de 2012

¿QUÉ ES LO QUE REALMENTE ESTÁ EN JUEGO?

Leía este fin de semana un artículo excelente sobre la relación entre superhéroes y política. No son pocas las ocasiones en las que he tenido que defender las sinergias entre el mundo del cómic y las preocupaciones intelectuales que a todos nos atañen. Naturalmente, no pretendo afirmar que tras una historia de Spiderman se encuentren disertaciones metafísicas a la altura del mejor Aristóteles, pero quien siga pensando que la cosa trata únicamente de tipos en leotardos persiguiendo a los malotes correspondientes, se pierde un espacio de reflexión desenfadada importante. Como muestra, esta viñeta conseguida directamente del artículo que cito.


No deja de ser enormemente seductora e interesante la idea de que incluso tipos con superpoderes increíbles, sean incapaces de atajar de una vez por todas las desigualdades, la corrupción, el hambre y la miseria que estas generan. Humaniza a los políticos presentando su objetivo casi como una utopía, por lo que de algún modo contribuye a lanzarnos un guiño más que necesario. Eso cuando los propios políticos no somos los villanos de turno, claro, que en ocasiones también sucede. 

Y ahí es donde quería llegar. A los villanos. Porque en muchas ocasiones, creemos tener identificados perfectamente a los agentes malvados y los motivos que les inspiran, cuando en realidad se trata tan solo de intermediarios de los verdaderos causantes de muchos de los males que pretendemos denunciar.

Hablamos de los mercados casi como entes con personalidad propia. Les atribuimos horrores y características propias de lo que sería el concepto socrático del Mal. Pero no atinamos a combatirlos con certeza porque olvidamos que solamente son herramientas de personas físicas reales, con nombres, apellidos y direcciones postales. Cuánta razón tenía Bret Easton Ellis al situar en "American Psycho" a uno de los psicópatas más sanguinarios de la literatura contemporánea en el seno de Wall Street. Patrick Bateman es un personaje tan factible, tan real, que da pavor precisamente por eso. Y es que creemos que con inutilizar sus enseres a través de una reforma del sistema financiero sería suficiente, cuando en realidad lo único que conseguiríamos sería retrasar un poco sus objetivos. Descuadrar sus balances de un ejercicio.

Pienso que lo que realmente necesitamos es ir directamente hacia el autor, no el medio. Y para eso sí es necesaria una reforma, pero no tanto del sistema financiero (que también), como sí de la transparencia administrativa, mediática e incluso de la normativa penal. Porque difícilmente podemos combatir la especulación financiera contra alimentos, deuda pública o fondos públicos de pensiones si la persona real que la está llevando a cabo se escuda en una marca, unos medios que defienden los mismos intereses (y, por lo tanto, tienen los mismos objetivos) y una normativa administrativa y penal que cobija sus acciones. 

Pero no solamente erramos el tiro cuando hablamos de los mercados. Aquí en España acabamos de asistir a un proceso de desmantelamiento del Sistema Nacional de Salud y de la educación pública gratuita entendida como tal, que únicamente es la punta del iceberg de lo que hay detrás. Sí, todos comprendemos que uno de los objetivos es la entrada de intereses privados y lo que eso conlleva en un sector especialmente lucrativo. Pero como suele decirse, los árboles no nos dejan ver el bosque.

Recientemente, una buena amiga me confesaba una de las reflexiones más lúcidas que he escuchado en este sentido en mucho tiempo. "Pablo, el problema de nuestro Sistema Nacional de Salud es que ha demostrado que en un país capitalista es posible una sanidad similar a la de los países comunistas. Y eso es algo que ellos no pueden tolerar. Pone en entredicho todos sus esquemas; sus dogmas; sus intereses. No van a consentir que se expanda a otros sitios como una pandemia. Sería el fin de sus negocios". ¿El Partido Popular? Mera herramienta al servicio de esos intereses, en muchos casos sin que algunos de sus integrantes siquiera sean conscientes de ello, repitiendo las consignas inoculadas al tiempo que muchos de sus familiares se benefician de un sistema de salud que ellos atacan con saña. Naturalmente, inocentes no son, pero ni mucho menos los instigadores intelectuales. Al menos, no la mayoría de ellos.

Y esos, los personajes reales que convierten la salud ajena en negocio propio; los que comercian con enfermedades y dolor; los que únicamente se preocupan por la salud de sus finanzas y no por la de los seres semejantes, esos son también auténticos villanos. Quienes presiden los Consejos de Dirección de las empresas que se lucran descaradamente con el negocio. Una vez más solemos cometer el error de señalar a la marca farmacéutica o a la fabricante de prótesis ortopédicas correspondientes. No. Quien da la orden es alguien de carne y hueso. Pocas veces los medios se hacen eco de sus nombres y de quiénes son realmente. La falta de transparencia y los blindajes mediáticos y legales de nuevo como protectores contra nuestros (¿súper?)poderes.

¿Es absurdo lo que digo y no podemos hacer nada contra ellos? Esa es la primera batalla que tienen ganada. La de su supuesta infalibilidad. La de hacernos creer que, como Juicio Final, el monstruo que mató a Superman, son indestructibles. Eso nos desalienta, nos desmoraliza, nos sitúa en el bando perdedor justo antes de que comience las hostilidades declaradas. 


Pero la Historia ha demostrado que eso no es cierto y que personajes como Madoff, por ejemplo, pueden acabar también en el lugar que les corresponde. El poder político como representante de la soberanía popular ha perdido mucho espacio que le pertenece en los últimos 30 años. Pero no lo ha perdido todo y aún estamos a tiempo de recuperarlo. El primer paso necesario para ello es creer que es posible. El segundo, hacerlo de manera coordenada desde suprainstituciones como la UE para poder combatir en igualdad de condiciones.

Los héroes son difíciles de encontrar o, mejor dicho, identificar. Es cierto. Más en los tiempos actuales que parecen sumirnos en melancolías y desgracias. Pero los hay a miles, cientos de miles, millones. Cada uno de los ciudadanos que cada día afronta su difícil realidad con el propósito de superar la adversidad y vuelve a hacerlo al día siguiente, ya es de por sí un héroe.

Ser un héroe, ser valiente, no es no temer o preocuparse por los problemas. Eso es inconsciencia. Ser un héroe es conocer la complejidad y dificultad de la tarea que se afronta y, a pesar de eso, seguir adelante. En este país hay muchos héroes. Solamente por honrarlos ya vale la pena que todos nos esforcemos por parecernos a ellos.