lunes, 23 de diciembre de 2013

O SOMOS INTERNACIONALISTAS O NO SEREMOS

El internacionalismo es una de las características inherentes a la socialdemocracia que menos suele ser citada en los artículos y ensayos sobre la misma. La igualdad de oportunidades y la lucha a favor de los más débiles, junto con la búsqueda de la justicia social y la defensa del Estado del Bienestar, encabezan el catálogo de nuestros objetivos. Sin embargo, pocas veces profundizamos en la importancia transversal del primero, cuyo abandono o dejadez deja cojos a los restantes cuando no directamente inalcanzables. 

Ahora que conocemos los estragos que produce la globalización entendida desde una perspectiva únicamente neoliberal, somos capaces de señalar los males del capitalismo y del libre mercado sin controles de tipo alguno o insuficientes. 

Sabemos perfectamente que la exagerada prosperidad de las grandes corporaciones se asienta desde hace más de 40 años en la explotación laboral que llevan a cabo en países con escasa o nula protección a los trabajadores. Hemos sido informados de que la obtención de materias primas se produce en entornos en los que la existencia de una legislación medioambiental es poco menos que una broma. Tenemos constancia de que las trampas y manipulaciones del mundo financiero son posibles por la falta de una mejor regulación internacional en la materia. 



Sin embargo, aún con la certeza de que todos los males y consecuencias que denunciamos tienen una dimensión internacional, somos incapaces desde la socialdemocracia de dar una respuesta unitaria y equivalente al respecto.

Los motivos son varios, algunos de ellos perfectamente visibles en el entorno de la UE. Ante una legislación que elimina requisitos, trabas, impedimentos y demás obstáculos para los objetivos de las grandes empresas, los socialistas europeos no hemos podido enarbolar un discurso y un programa que ataque realmente los problemas citados desde una visión global. Antes de ser socialdemócratas somos españoles, alemanes, italianos o franceses. 

Mientras, los partidos políticos neoliberales no deben preocuparse por una cuestión que resolvieron hace mucho tiempo cuando comprendieron que los intereses del capital y los suyos convergían independientemente de Estados, religiones o diferencias estéticas.

¿Dónde está el programa de objetivos irrenunciables de todos los socialistas europeos que ponga fin a los abusos que hemos podido observar en los últimos años del sector financiero? ¿Existe consenso para la creación de una agencia de calificación de deuda europea pública? ¿Hay acuerdos que comprendan una armonización fiscal que impida que entre los propios miembros de la UE haya deslealtades fiscales que impidan llevar adelante políticas sociales? ¿Sabemos siquiera cuál es el porcentaje que estimamos como aplicable en una hipotética implantación de la Tasa Tobin?

Naturalmente, nuestro trabajo político no se limita a nuestro entorno europeo. Más bien eso debería ser únicamente el principio. Porque ante la proliferación del modelo chino en el que conviven sin dificultad los peores rasgos de una dictadura comunista, con los abusos clásicos del capitalismo salvaje, debemos ser capaces de ofrecer una respuesta legislativa que ponga fin al desarrollo de un prototipo de Estado que es incompatible con la democracia y el enemigo acérrimo del concepto de socialdemocracia. 



La respuesta legislativa, naturalmente, tiene que ir encaminada no solamente a sanciones o restricciones comerciales en el ámbito económico a los citados países, sino que debemos comenzar barriendo en nuestra propia casa: obligando a las grandes empresas occidentales al cumplimiento de requisitos laborales similares a los de nuestro entorno para la contratación de personal en otros países. La complejidad técnica de la medida no es insalvable, desde el momento en que toda la normativa laboral de la OIT y demás convenios laborales universales, hacen referencia a esta cuestión. Se trataría de que el cumplimiento de dichas medidas tuviera un carácter imperativo y de que se discriminara a los países que se negaran a su suscripción.

Lo mismo debe suceder en cuanto a la legislación medioambiental o financiera. Solamente desde una óptica internacionalista se pueden remediar los males que surgen desde ambos ámbitos. 

Porque parece que todavía no hemos comprendido o, mejor dicho, hemos olvidado que los obreros de nuestros días, son no solamente quienes en nuestros respectivos Estados sufren con mayor vehemencia las injusticias sociales y las desigualdades que estas generan. Lo son los de todos los países del mundo porque los objetivos que perseguimos son universales, al estar dirigidos a todas las personas que pueblan este planeta, como seres humanos. 

Difícilmente podemos afirmarnos como socialistas si creemos que el problema a los males del mundo acaba en nuestras fronteras territoriales. No se trata de hombres ni mujeres; de españoles o catalanes; de cristianos o musulmanes: se trata de derechos y personas y en ese objetivo no hay fronteras, géneros, religiones e identidades que valgan más que la de la pertenencia a un mismo lugar y objetivo común.

Por ese motivo, vuelvo a exponer en este espacio que en las próximas elecciones europeas tenemos una oportunidad de poner los cimientos necesarios para que la obtención de estos objetivos comience a ser una realidad y no solamente un mero enunciado de ideas, como también lo son las mías ahora mismo.

Como cito en el texto que titula este artículo, o comenzamos a luchar por conseguir los fines que perseguimos desde una perspectiva global, desde una visión internacionalista, o no seremos. Ni socialdemócratas, ni nada.