domingo, 3 de agosto de 2014

LA DICTADURA DE LO INMEDIATO

A los 13 años, comencé a leer revistas musicales con asiduidad. Metal Hammer, Heavy Rock, Full Metal y similares. Me nutrían de información sobre los grupos que me interesaban y me descubrían a otros nuevos. Cada mes recibía mi ración correspondiente y esperaba ansioso su llegada al kiosko. De eso ha pasado mucho tiempo, claro. Pero me encantaba la sensación de ir descubriendo aspectos que desconocía sobre Axl Rose o Iron Maiden poco a poco, gota a gota. Me deleitaba con esos valiosos datos después durante semanas e intercambiaba esa información con mis amigos, convenientemente modificada o tergiversada para hacerla aún más sórdida o increíble. 


Por supuesto, era difícil contrastar lo que te contaban si no disponías de las fuentes correctas y las discusiones sobre si tal o cual anécdota había sucedido de una u otra manera, duraban días. 

Podríamos sustituir las revistas musicales por películas, videojuegos, libros, discos o lo que fuera. La explicación sería válida igualmente. Debatir sobre el sonido de un álbum de Led Zeppelin que todavía no habías podido escuchar; idealizar cómo sería la próxima película de James Bond o preguntar si alguien tenía los pokes para conseguir vidas infinitas del "Game Over" de Dinamic




A mí todo eso me gustaba porque, de algún modo, lo disfrutaba con el tiempo suficiente que merecía que le fuera dedicado. Me deleitaba con esas lecturas, con esas escuchas, porque sabía que tendría que esperar un tiempo para poder saborear lo siguiente, lo nuevo. Nada era efímero o, al menos, la ilusión por las cosas no era sustituida al instante por un nuevo objeto de deseo que no me permitía gozar lo anterior cuando apenas lo había podido degustar.


Todo este ejercicio de nostalgia no es gratuito, por supuesto. Se debe al reconocimiento por mi parte de ser un esclavo de la dictadura de lo inmediato en la que me (nos) encuentro (encontramos) inmerso (s). ¿Significa eso que vivo ahora en un mundo peor que hace 25 años? Depende. Depende, fundamentalmente, del uso que queramos hacer de todo cuanto nos rodea y de la capacidad que atesoremos para poder evitar algunas de las contradicciones inherentes a nuestra sociedad tecnológica. Una de ellas, el no disponer precisamente de tiempo para asimilar toda la información de la que sí disponemos. Qué paradoja, ¿verdad?


La irrupción de Internet es el mayor cataclismo que se ha producido en los últimos siglos en nuestro comportamiento social. El poder de disponer de casi todo de manera inmediata a golpe de un click no ha venido acompañado de la correspondiente reflexión sobre sus consecuencias, al menos no a título personal. 

Así, la inmediatez tan anhelada antaño no ha llegado sola sino que ha traído consigo a otros compañeros de viaje como la saturación, la ansiedad o, incluso, la irrelevancia. Ahora nada consigue centrar tanto nuestra atención presente como lo que puede depararnos lo próximo, lo futuro. Adquirimos artilugios tecnológicos de última generación y no hemos empezado siquiera a dominarlos cuando ya nos indican cómo serán los siguientes. Eso si no están obsoletos, a los pocos días de haberlos conseguido. Por eso mismo no disponemos de tiempo para conocerlos mejor, porque lo necesitamos para saber qué viene después...

Aún así todo esto no me parecería especialmente grave si solamente se tratara de objetos, de cosas evaluables al fin y al cabo económicamente. El problema es que hemos extrapolado esa inmediatez hacia las relaciones sociales, es decir, hacia las personas.


La voracidad de las masas consume seres a velocidad de vértigo mientras sus dentelladas dejan secuelas en éstos en muchos casos irreversibles. No tengo la percepción de que valoremos a los demás por su trayectoria o historial en conjunto, sino que más bien parece que los apreciamos en función de su último comentario en una red social, su última columna de opinión o su último éxito social. Y resulta imposible poder estar siempre de actualidad, como ya sabemos.

El dinamismo que requieren espacios virtuales como Facebook o Twitter no deja lugar a lo perdurable y cuando llevas unos días sin actualizar tu perfil o tus comentarios, se genera una sensación de cierto abandono o de ausencia. 


Pero esa simplificación de las cosas y de las relaciones no es necesaria ni imprescindible. Más bien al contrario, en muchas ocasiones es dañina, porque así se pierden los matices que es donde, en mi opinión, reside el encanto de las cosas, de las personas, de lo que nos hace distintos, diferentes e interesantes dentro de nuestra igualdad general. 


En cierto modo, parece como si nos hubiéramos convertido en una suerte de Beavis and Butthead que en los 90 destruyeron carreras enteras de grupos, clasificando a estos en dos únicas categorías: "cool" para las bandas que les gustaban y "sucks" para las que apestaban. Así de sencillo. El maniqueismo elevado a filosofía vital en la que no caben términos medios. Sustituyamos esas palabras por un "Me gusta" o un "retuit", por un bloqueo o ignorar una solicitud de amistad. 



Desconozco cómo va a ser la evolución social de las próximas décadas, pero resulta difícil no imaginar alguno de los futuros distópicos que tantas veces se nos ha ofrecido en la literatura y el cine de ciencia ficción, en los que los avances tecnológicos han provocado, irónicamente, un retroceso social. 

Yo quiero poder disfrutar de las personas y de las cosas dedicándoles el tiempo que requieren y merecen; quiero poder leer "En busca del tiempo perdido" de Proust sin que me domine la ansiedad de acabarlo cuanto antes para comenzar la enésima biografía de Napoleón; quiero poder completar el visionado de la filmografía de Marlon Brando pensando que tengo todo el tiempo del mundo por delante; quiero saber más cosas de las personas que me rodean y que solamente se pueden obtener charlando en una terraza soleada y no a través de sus perfiles en las redes sociales.

Quiero, en definitiva, que si has llegado hasta el final de la lectura de este texto puedas esbozar una sonrisa al pensar que el valiosísimo tiempo que le has dedicado no ha sido en vano y que la dictadura de lo inmediato ha dejado paso, por unos minutos, a la democracia de lo duradero.