domingo, 26 de diciembre de 2010

¿LIBERTAD DE EXPRESIÓN?

Soy un chaval de 19 años. Vivo en casa de mis padres, que pagan mi educación, mi manutención y mis momentos de ocio. Entre estos últimos se incluye el abono de la línea ADSL, gracias a la cual me bajo la discografía completa de las bandas que se me antojen. También las películas de estreno y las que no, los videojuegos y las series. Es el año 2001.


Mi padre tiene una librería y las cosas funcionan bastante bien. Mi madre trabaja en un centro comercial muy famoso, cuyo nombre tiene reminiscencias anglosajonas. Entre los dos contribuyen a sostener la familia y los gastos a los que me refería.


Es el año 2008. Mi padre tuvo que cerrar la librería y despedir a todos los empleados (tres) que trabajaban con él. Incomprensiblemente, la gente comenzó a entrar en el establecimiento y llevarse los libros que quisiera sin pagar por ellos. Lo peor fue que las autoridades dijeron que no podían hacer nada al respecto. Tras unos años aguantando como pudo, ahora busca trabajo a sus 48 años.

Mi madre ha sido despedida del centro comercial. Las ventas disminuyeron tanto en algunos departamentos, especialmente el de venta de películas y música, que tuvieron que reducir personal. A pesar de su antigüedad, ella fue una de las perjudicadas. Tiene 46 años y está cobrando el paro.

Sigo viviendo con mis padres con 26 años, acabé mis estudios pero no he encontrado todavía un empleo. Como hemos tenido que recortar gastos drásticamente porque tan solo nos queda el subsidio de mamá. Ya no tengo ADSL y mi ordenador se ha quedado completamente obsoleto. El ocio en casa se reduce a lo que echan por la televisión (una basura) y los libros de papá.



Esta historia es ficticia, por supuesto. Pero sirva como ejemplo para ilustrar a muchos que piensan que descargarse archivos que vulneran el derecho de propiedad intelectual, es algo que tan solo perjudica a dirigentes de la SGAE millonarios vestidos de frac, con sombrero de copa y que fuman puros mientras sostienen un coñac en la otra mano. 

Uno de los problemas existentes, es que en este país se ha sido especialmente permisivo durante muchos años con estas prácticas. Existe ya toda una generación de adolescentes que no sabe lo que es ir a una tienda y pagar por un compacto o una película. Ni siquiera descargarla abonando una pequeña cantidad por ella desde Internet. ¿Para qué? La cultura de que todo es gratuito y de que los creadores viven del aire que respiran se ha instalado como un dogma inquebrantable, y no hay forma de hacerles entrar en razón. 

No son capaces de visualizar que, incluso dentro de entidades tan aborrecidas como la SGAE, hay cientos de miles de autores anónimos que hace tiempo que comprendieron a su pesar que se esfumaban las posibilidades de que pudieran malvivir de su música, su cine o sus relatos, porque nada ni nadie está a salvo.


No entienden que en cada industria del entretenimiento existen miles, millones de personas si la consideramos en términos globales, que trabajan de empleados en establecimientos, de guionistas en títulos casi desconocidos. Hay dibujantes de cómic, ingenieros de sonido, técnicos de mesa, ayudantes de dirección. Son personas como cualquiera de nosotros que realizan su trabajo para ganarse el sustento de sus vidas. Esas personas son las primeras que resultan perjudicadas cada vez que un estudio musical, una compañía discográfica o un centro comercial se ve perjudicado en sus ventas. Evidentemente, no serán David Geffen, Richard Branson o Ia familia Areces quienes se quedarán de patitas en la calle por el bajón de las ventas, por lo que la metáfora de Robin Hood con la que muchos pretenden acallar sus conciencias es absolutamente errónea.


Existe, además, una confusión tremenda de derechos y conceptos. La libertad de expresión no tiene nada que ver con descargar contenidos que vulneran los derechos de autor. La cultura  libre debe contar también con la opinión y el beneplácito del autor de la obra, no solo con la del consumidor. El mercado económico en que vivimos supone que existe un precio por el que pagamos a cambio de obtener un producto. Desde el momento en que un juez vela por la legalidad de una decisión antes de que esta se lleve a cabo, se cumplen las normas que garantizan los derechos de unos y otros en nuestra comunidad.


Pero no. La mayor parte de ellos desconoce que durante años, décadas, todos nosotros hemos ido recopilando nuestra biblioteca o videoteca a base de ir comprando, en la medida de nuestras posibilidades, los títulos que deseábamos. Que otorgamos un valor y un significado a cada uno de ellos, porque detrás hay una historia sobre cómo los conseguimos o quién nos los regaló. Que no se puede tener todo sin derecho a compensar nada.


De todas maneras, lo que más me ha entristecido o sorprendido de lo que he leído y escuchado estos días, no ha sido la absoluta falta de consciencia por parte de muchos de quienes defendían el "derecho" a coger libremente lo que se les antojase. No.

He reflexionado sobre la magnífica capacidad de coordinación y resolución que han mostrado para defender algo en lo que creían. Su perseverancia y su tenacidad, su determinación y la predisposición a llegar hasta donde fuera necesario. Lástima que fuera por una causa equivocada. Me ha entristecido pensar en lo que podrían conseguir esas mismas personas mostrando las mismas cualidades si hubieran reclamado un trabajo digno; una vivienda de protección oficial; una educación que pueda ser llamada como tal; unos servicios sociales mejores.

¿Dónde está vuestra premura en luchar por lo que consideráis justo cuando se tratan estas cuestiones? ¿Acaso en realidad vivís tan bien que no necesitáis manifestaros al respecto y creéis que con no votar el día de las elecciones es suficiente? La política necesita más que nunca de este tipo de reacciones por parte de los ciudadanos. Ejerced el derecho a la libertad de expresión que tanto invocáis de la misma forma en que lo habéis hecho ahora. Quizá sea vuestra mejor contribución al entorno que os rodea y que tanto parecéis ignorar, salvo para todo lo que concierna únicamente a vuestra persona.


En el próximo texto escribiré sobre la otra cara de la moneda: las leyes de protección de derechos de autor; las entidades de gestión; las discrográficas multinacionales.