lunes, 25 de julio de 2011

ROSEBUD

"Dime entre todas las facetas de tu vida, si tuvieras que elegir una, una sola, en cuál de ellas te gustaría triunfar por todo lo alto". "En la música".

El diálogo que antecede lo he tenido en innumerables ocasiones con montones de personas y esa respuesta, por supuesto, es lo que siempre he contestado sin ningún atisbo de duda. Recapitulando un poco en los archivos de mi vida, me percato de que a mis 34 años llevo 17 militando en la política, 10 en activo como abogado y 19, de un modo u otro, conectado a la música.  Es, con diferencia, a lo que he dedicado más horas de mi existencia y la pasión que siento por ella es tan irracional como corresponde a semejante palabra.




Todos podemos sentirnos identificados con una canción, una melodía, bandas, discos o artistas en concreto. Naturalmente, el goce de la música no es patrimonio exclusivo de nadie, pero si uno ha experimentado desde niño una vibración intensa, indescriptible, cada vez que comenzaban los acordes de una composición favorita; si ha sentido la necesidad acuciante de poner un tema desde el principio otra vez justo cuando acaba y repetirlo mil veces;  si ha pasado horas enteras desvelado en la cama escuchando canciones que te transportan a millones de kilómetros de distancia, que evocan escenas que solamente tienen lugar en ese recóndito lugar de la mente en el que se generan las fantasías, entonces, el paso siguiente, lo lógico, la evolución natural es aprender a tocar un instrumento.


Tenía 15 años cuando harto de manosear la guitarra de mi hermano mayor, que ponía del revés para tocar por ser zurdo, decidí que iba a tomarme en serio el tema de la música. Ante todo era fundamental escoger el instrumento adecuado. Guitarristas hay muchos, los ha habido siempre y seguirán siendo mayoritarios; la batería está muy bien, pero necesitas espacio y, si todavía vives con tus padres, mucha paciencia por parte de estos; cantar nunca fue lo mío y, además, el micro no es un instrumento; yo elegí ser bajista: había pocos, el bajo es más grande y espectacular que la guitarra y, para mí, tenía unas características que lo hacían sumamente atractivo: es difícil de percibir, no llama la atención, muchas veces solo lo intuyes, pero si falta en una canción, le falta el alma. Además, era el instrumento de Sid Vicious, todo un ejemplo a seguir para un chaval de esa edad que suspira por el lema por excelencia del Rock'n'Roll, con todo lo que conlleva...





Los primeros meses fueron tan iniciáticos como aburridos para todo aquél que no esté experimentándolo. Lo bueno comienza cuando tienes oportunidad de tocar en una banda. No importa que solamente sepas una canción. Es indiferente que toques desacompasado y desafinado. La sola sensación de ser parte y no público vale la pena y justifica cualquier sacrificio que hayas tenido que realizar para conseguir tu objetivo. En nuestro caso, el repertorio de aquellos primeros meses no podía ser más variopinto: "Sweet child o'mine", "The house of the raising sun", "Wonderful tonight" (?), "Johnny Be Good", etc.


Quizá sea una de esas cosas excepcionales que disfrutas tanto de hacer como de decir. Recuerdo explicar con cierta petulancia ante las chicas que tocaba en una banda, lo buenos que éramos y demás bufonadas. Naturalmente, tiendes a olvidar que a pesar de tus bravuconadas ellas no te ven con los mismos ojos con los que observaban a...Jon Bon Jovi, por ejemplo, pero siempre podías echar mano del recurso letal, infalible en estos casos: "He compuesto una canción pensando en ti". Generalmente no fallaba, aunque tampoco llegué a hacer como un buen amigo acostumbraba: cambiar el nombre de la dama de la composición en cuestión por el de la siguiente víctima, en función del éxito obtenido y así hasta conseguir la presa.


En cualquier caso, los ensayos tienen una única finalidad, más allá de pasarlo bien con los amigos: conseguir un repertorio que poder ejecutar en directo. Y la oportunidad se presentó cuando solo llevábamos 3 meses tocando. Ni más ni menos que en un festival multitudinario en el campo de fútbol de Calviá. 3 canciones a interpretar en diez minutos. Las elegidas fueron "Sweet Child o'mine", "The House of the rising sun" y una irónica composición mía sobre la novia de aquel entonces, "Athletic girl", ya que la chica era atleta y eso, para la rebuznancia rockera adolescente de la que hacía gala yo, era incompatible con el dogma a seguir.


A falta de un cantante nosotros mismos hacíamos las voces y en los ensayos bastaba con dar con el tono correcto del tema para salir adelante. Sin embargo, completamente  inexperto, no pude prever que los nervios me jugarían una mala pasada y que la tensión iba a estirar mis cuerdas vocales de tal manera, que cuando comienzo las primeras estrofas de la canción de Guns and Roses, lo hago en un tono tan agudo y erróneo que aquello se convierte en un despróposito. Recuerdo que las escasas personas que estaban en las primeras filas miraban preguntándose entre sí algo estilo "¿Es de verdad?". El bochorno incrementaba la tensión y no podía salir de la espiral. Miki, el guitarrista, me rescató y acabó la canción él para mi alivio y, especialmente, el de quienes nos escuchaban. Quizá debería haberme percatado que ir al baño a orinar diez veces...en 20 minutos...antes de subir al escenario no era algo muy normal. Pero no. Tardé bastante tiempo en superar los estigmas de aquella experiencia.


Afortunadamente, las siguientes ocasiones fueron mucho más fructíferas y mi evolución como músico seguía una curva ascendente. Me había apuntado a clases, tocaba varias horas diarias y estaba obsesionado con todo lo que fuera el grupo y la música. Conseguimos un repertorio amplio, con un buen equilibrio entre versiones y canciones nuestras e hicimos bastantes conciertos. Por entonces nos llamábamos The Muppets. Qué originales. Cada concierto era un acontecimiento, una fiesta, algo para lo esperábamos semanas. Nuestros amigos acudían fielmente a las citas y, por unos instantes, comprendías el significado de las palabras de Warhol y sus famosos 15 minutos de fama. No éramos nadie o, mejor dicho, nada más que jóvenes que creían vivir sus sueños, pero ya era suficiente para colmarnos.


Eso es algo que nadie podrá arrebatarme jamás. La ilusión inocente, desbordante e irresistible de creer, aunque solamente sea por un instante, que algún día podrás llegar a vivir de la música. Quien haya estado en una banda y no la haya experimentado, tiene pentotal sódico en las venas. Y eso que lo mejor estaba todavía por llegar, aunque esa es otra milonga que ya escribiré por aquí algún día. Pero nada volvió a ser como aquellos primeros años, desde luego.


Cambios de formación, de nombre, de repertorio, de local de ensayo, de bajo. Lo cierto es que cuando más experimentado es uno, se vuelve más profesional y pierde gran parte de la sensación lúdica tan pura del inicio. Comienzas a preocuparte por aspectos que antes ni siquiera te planteabas y las cosas se tornan en rutina. Como en una relación sentimental. Y existen muchas similitudes entre este tipo de relaciones y formar parte de un conjunto musical. Es lo que Paul Stanley denominaba en Kiss el "matrimonio a cuatro bandas": celos, rencillas personales, infidelidades, reproches. No es fácil estar encerrado muchas horas a la semana con otros tipos en un local de ensayo y caminar todos en la misma dirección. Siempre hay carácteres más fuertes que se imponen, luchas de egos. Control, dominación. 


Sin embargo, no puedo dejar de recordar aquellos días como algo increíblemente mágico e irrepetible. La música contiene un elemento desconocido, una fórmula secreta, que te permite experimentar vivencias y sensaciones muy difíciles de generar con otras materias. También presenta los elementos de ingratitud que afectan a otras disciplinas como en cualquier profesión y ya no digamos la política, pero en ella el resultado de la ecuación siempre termina siendo positivo. 




Por ese motivo, pase lo que pase en mi vida en los próximos años, creo que siempre tendré la sensación de que algo mío se quedó en ese lugar y en ese tiempo y que no podré volver para recuperarlo. Algo que fue mío por unos instantes pero que ahora se queda en el limbo de los sueños no alcanzados, esperando ser rescatado o revivido, pero que solamente puede ser revisitado a través del recuerdo o de la propia ensoñación. Larga vida al Rock'n'Roll.