domingo, 13 de febrero de 2011

EN ESTE AMISTOSO MUNDO...

Sé que en el anterior escrito comenté que el próximo trataría sobre la parte empresarial de todo el meollo de la "Ley Sinde". Pero, ¿De qué sirve un blog si no es para incumplir tus propios propósitos y escribir sobre lo que realmente te venga en gana? Por supuesto, daré mi opinión sobre ese asunto en este espacio, pero no hoy. Estos días mis preocupaciones están relacionadas con la situación que se vive en Egipto, Túnez y otros países musulmanes. Y no me refiero exactamente a los disturbios y enfrentamientos de sus gentes. Tampoco a dónde les conducirá todo esto. Claro que me interesa y me causa inquietud, pero no. Mis reflexiones se centran en la responsabilidad que tenemos los países occidentales en todo este asunto. Y no son pocas.



Ahora que Wikileaks ha puesto en solfa los entresijos de las relaciones internacionales y, especialmente, de los tejemanejes de EEUU, a nadie le sorprenderá comprobar que la hipocresía de algunas de las naciones llamadas democráticas alcanza cotas difíciles de tolerar en este ámbito. Tal y como hemos podido observar hace unas semanas, sujetos como Ben Ali, expresidente de Túnez,  han gozado de la simpatía y amistad de presidentes europeos que no dudaban en posar sonrientes con él ante las cámaras. ¿Acaso había cambiado en algo la política del tunecino y sus formas antidemocráticas para que sufriera el rechazo actual de sus homólogos occidentales? En absoluto. Tan solo que ahora que sus ciudadanos han explotado reclamando lo que antes únicamente se atrevían a sugerir entre risas Sarkozy y compañía, han hecho acopio de valor o, mejor dicho, de cinismo, para recomendarle que se retire del poder. Eso sí, sin reclamarle que responda por sus corruptelas y atentados contra los derechos humanos, cometidos durante su etapa gubernamental. Ahora se encuentra cómodamente instalado en Arabia Saudí, esa gran nación democrática que ya ha dado asilo político en el pasado a ilustres exgobernantes como el General Idi Amin, entre otros. 




Los occidentales decimos que apoyamos a dictadores que no toleraríamos ni un solo segundo en cualquiera de nuestra provincias porque nos ayudan a luchar contra el terrorismo islamista. Eso es cierto a medias en el mejor de los casos, cuando no rotundamente falso. Porque los ciudadanos de los países que tienen que soportarlos diariamente, acaban sublevándose exacerbados contra sus abusos y es en esas condiciones cuando los extremistas islámicos encuentran el caldo de cultivo necesario para sus propósitos. Espero equivocarme, pero ante los optimistas medios que ven una "revolución democrática" en los sucesos de estos días, yo veo a seres humanos desesperados por el hambre, la injusticia, la pobreza y la falta de oportunidades que quieren una solución inmediata a sus problemas. Tengo la sensación de que nos encontramos más cerca de una evolución similar a la de Irán en 1979 que no ante el advenimiento de la democracia tal y como la conocemos. Especialmente porque, en el caso de Egipto y Túnez, hablamos de una población con una educación deficitaria y con total ausencia de referentes democráticos propios, otros ingredientes necesarios para la receta extremista que comentaba.


Naturalmente, no es que los estados occidentales no puedan ayudar en estos momentos a aquellos que anhelan una sociedad más justa y libre, pero el único camino correcto solo es el de pensar en lo que más les conviene a sus habitantes y no a nosotros en materia energética, económica o estratégica. Pero es que, además, lo mejor para ellos acabará siéndolo también para nosotros. Así, apostar por una educación y alfabetización en esos países supone sembrar las semillas necesarias para que germine su prosperidad y desarrollo, algo que es sin duda mucho más solidario y humano para con sus ciudadanos que no apoyar a dictadores que no merecen gobernar pueblo alguno. Y no será porque a los estados occidentales no les guste invertir en naciones subdesarrolladas. Pero, curiosamente, los dividendos de esas inversiones siempre acaban siendo rentables para el inversor y, muy raras veces, lo son para el invertido.



Decía Obama el otro día que los acontecimientos de estos días cambiarán el mundo tal y como lo conocemos. Estoy completamente de acuerdo. La pregunta es si EEUU seguirá comportándose igual que con Hosni Mubarak o Ben Ali con la familia real saudí, con Mohamed VI o cualquier otro reyezuelo. O si por el contrario, dictará contra ellos embargos y sanciones económicas como hace con Fidel Castro o Kim Jong Il. Si invadirá sus respectivos países para "establecer la democracia", como hizo con Irak una vez descubierto que no había armas de destrucción masiva y que la relación de Saddam con Al Qaeda era como la de un ateo con Dios.


En cuanto a Europa, poco se puede decir de un supraestado que permite la existencia de paraísos fiscales en su propio territorio como Luxemburgo, o limítrofes con sus "fronteras" como Suiza. ¿Que a cuento de qué viene esto? Me ha sorprendido lo diligentes que han sido los banqueros suizos al congelar las cuentas de Mubarak para "devolver el dinero al pueblo egipcio". Quizá si se hubieran dedicado a denunciar al dictador cuando transfería ese dinero habrían ahorrado años de sufrimiento a los egipcios. Imagino que los más de 30.000 millones de € que se estima que puede tener amasados les habrán rendido sus buenos beneficios en intereses bursátiles y operaciones de capital. El día que Suiza y demás bancos sin escrúpulos con forma de Estado, dejen de ser cómplices y cooperadores necesarios de tantos delincuentes, habremos dado un paso de gigante en transparencia y democracia. 


Mientras tanto, nos dedicaremos a sentarnos ante nuestros televisores a contemplar sorprendidos los cambios de un mundo que nosotros hemos creado, pero que no sabemos qué hacer con él.