jueves, 14 de febrero de 2013

TENGAS PLEITOS Y LOS GANES

En un episodio de Los Simpson, Homer acude a un restaurante que se publicita con un lema más o menos asi: "Coma todo lo que quiera hasta que no pueda más". Su insondable estómago enguye todo cuanto le presentan, así que el dueño del restaurante no tiene más remedio que sacarlo a la calle. Indignado (antes del 15-M), acude a un abogado, Lionel Hutz, el cual una vez que conoce los hechos exclama con los ojos chisporroteando: "Dios mío, es el caso de publicidad fraudulenta más claro que conozco desde la publicación de "La historia interminable!!!".


Este chiste es muy ilustrativo sobre cuál es la visión que se tiene en EEUU de los abogados: nefasta. Aquí en España, pese a que sigue citándose como una de las profesiones ejemplares junto con la de médico, tampoco es que gocemos de una reputación excelente. En cierto modo lo comprendo. Ser demandado o interrogado por un abogado no es agradable. Las minutas que presentamos en muchas ocasiones, tampoco es que ayuden a que estemos presentes en las oraciones de muchas personas.


Todo esto, unido a mi condición de político y rockero supongo que me convierte en una suerte de híbrido entre BelcebúBokassa y Pol Pot para algunos. 


Sin embargo, a muchos les sorprendería saber que trabajamos en muchísimas ocasiones por cuestiones éticas sin recibir un solo euro por nuestra labor y que el nivel de impagos que tenemos por los asuntos que llevamos, supera en ocasiones el de los clientes que acuden a nosotros por el mismo motivo.


Hoy, que cumplo diez años de ejercicio formal como abogado, quiero compartir con los lectores algunas de las anécdotas más curiosas que me han sucedido durante este tiempo y así poder evadir un poco el escenario político.


Uno de los asuntos que recuerdo con especial  cariño es el de un chico que había sido denunciado por la policía por resistencia a la autoridad. Le habían dado el alto por llevar el foco de su ciclomotor apagado y, asustado, decidió no detenerse. Los agentes lo persiguieron hasta que dieron con él y recibió una buena tunda, además de pasar la noche en el calabozo. Fue denunciado como medida de autoprotección en una práctica que viene siendo habitual lamentablemente en este tipo de situaciones.


Cuando tuvo que declarar ante la juez, explicó lo sucedido. "Señora (sic), yo me paré y se me acerco ése (señalando al agente) me cogió la cabeza y comenzó a hacer así (simula tener algo entre las manos y moviendo su rodilla derecha hacia éstas): waka, waka, waka!". Ante nuestra atónita mirada nos depara una escena en la que simula golpear a alguien con su rodilla en la cabeza, onomatopeya incluida. La cara de la juez es indescriptible. Desconozco si por contener la risa, por indignación ante la brutalidad narrada o ambas. 

El testimonio de la novia del denunciado y de una vecina que presenció los hechos, junto con otras argumentaciones de carácter jurídico sirvieron para que se le absolviera de la falta de la que se le acusaba. Sobre incoar un procedimiento contra el agente agresor, nada. Así son las cosas.   


Otro asunto, esta vez en Madrid. Asisto a un hombre acusado de haber lanzado disparos al aire y una de las balas, fortuitamente, impacta sobre la pierna de un mecánico rumano que estaba trabajando en su taller a unos metros del lugar. Viene a buscarme al aeropuerto el cuñado de mi patrocinado. El coche, con un disparo de bala en el cristal delantero. Ante mis ojos desorbitados el chico, que no tiene carné de conducir, me comenta: "Es que utilizo este durante el día porque si llevo el otro, la poli me para siempre." El otro: un BMW 330D. "Te lo vendo!" me ofrece en cuanto le pregunto por el vehículo en cuestión. Declino amablemente la oferta.

Cuando visito a mi cliente en prisión el día antes del juicio, compruebo que Javier Gómez de Liaño está sentado en la cabina contigua. Mantiene una conversación con Mario Conde. Ante mi sorpresa me indica: "Es amigo mío. Nada más ingresar en prisión, vino a saludarme diciéndome que conocía a mi familia". Tras preparar la vista de la mañana siguiente, salgo de la cárcel y dos F-18 sobrevuelan el cielo de Madrid a toda velocidad. No tiene nada que ver con el ejercicio de la abogacía, desde luego, pero queda taaaaan bien comentarlo...


Finalmente llegamos a un acuerdo con el fiscal y se le condenó a dos años de prisión. Al no tener antecedentes, le concedieron la libertad condicional por suspensión de condena. 


Claro que no todo siempre sucede en vísperas de juicios o durante la celebración de éstos. A veces son las paredes del propio despacho las que deparan los momentos más extraños y ridículos.


Recuerdo un día estar sentado en mi escritorio, cuando entra de repente una mujer sin llamar a mi puerta. Eran las 16.00 y yo me encontraba solo en el despacho porque no había llegado nadie todavía. Sorprendido por la aparación me pregunta, aceleradísima: "¿Eres abogado, eres abogado?". "". "Tengo que pedirle un favor, ¿puede poner esto en su ordenador?" Me entrega un CD y al preguntarle de qué se trata me señala que es clienta de un compañero de oficina, y que es una prueba. No es extraño de vez en cuando atender peticiones semejantes mientras el cliente espera al compañero de turno, así que accedo.


Lo primero que me sorprende es que no se trata de imágenes o documento, sino pistas de audio. "Serán conversaciones grabadas", pienso. Me pide que ejecute la pista cuatro y tras unos segundos de silencio, comienzo a escuchar un murmullo de muchedumbre. Al poco, comienza una canción de un conocidísimo grupo de pop español. Todavía desconcertado miro a los ojos de la mujer y con la misma ansiedad que hace unos minutos, pregunta: "Escuche ahora: ¿Qué dice aquí, qué dice aquí?". Empiezo a pensar que se trata de una broma y repaso con la mirada el contorno de la puerta de mi despacho por si se oculta alguien más. Pero no. Así que ya decidido a averiguar a dónde me llevará esto, le cito textualmente la frase que he escuchado. Grita "¡Lo sabía, lo sabía! ¡Yo tenía razón y ese cabrón quería engañarme!", sus palabras pronunciadas con un tono victorioso me sitúan en Marte de manera definitiva. "Es que hay un amigo que dice que en este momento la letra dice "..............."".


En ese momento alguien camina por el pasillo y aparece mi compañero y abogado de la guardiana de las esencias musicales del grupo en cuestión. Tras otear mi mirada me contesta con la suya que luego me explicará y se la lleva a su despacho. Cuando se trata con personas con serios trastornos psiquiátricos que no han tomado su medicación, pueden suceder estas cosas.


Estas son algunas de las pequeñas historias que me vienen a la cabeza cuando recuerdo los inicios de mi profesión. Una profesión que bien ejercida, con principios basados en el respeto a las personas que formen parte del procedimiento, honestidad y pasión, es la mejor profesión del mundo. ¿A quién no le gusta solucionar problemas a otras personas y, además, cobrar por ello (no siempre)?

De entre las miles de frases que circulan sobre nosotros, algunas de ellas conocidísimas, otras no tanto, quiero cerrar este texto con una que me parece particularmente interesante:

"Los abogados son como las tormentas. Impredecibles en cuanto a resultados, pero necesarios para nuestra naturaleza."