viernes, 28 de marzo de 2014

MI PESADILLA (¿REAL?)

Anoche tuve una pesadilla. No una de esas en la que te persiguen peligros indeterminados y tratas de correr pero una especie de lodazal bajo tus piernas te impide desplazarte con velocidad. Tampoco me encontraba desnudo en un centro comercial, ni en mi trabajo o la calle. Mi pesadilla era mucho más real. Esas son las que hacen daño: las que podrían suceder, las que son posibles.

Comenzaba mi sueño con una escena en la que no podía pagar el material escolar de mi hijo porque apenas tenía dinero para comprarlo: se había encarecido muchísimo tras haber aumentado el impuesto que lo grava 17 puntos. 300 € no me bastaban para asumir esos gastos.

Y es que mi situación financiera había empeorado notablemente desde que me habían despedido hacía unos meses de mi trabajo (sí, también eso me sucedía). Tras muchos años de esfuerzo y sacrificios, además de haber visto reducido mi salario en los dos últimos, me despedían porque la empresa había disminuido sus ingresos durante tres trimestres consecutivos. Yo no podía comprender aquello, porque sus dueños seguían teniendo ejercicios con beneficios. Es cierto que no tantos como el año anterior, pero no perdían nada: al contrario, continuaban ganando dinero. "Ajustes empresariales", me explicaba con la cabeza ladeada el responsable de recursos humanos.



Mantenía la esperanza de que, después de tanto tiempo trabajando, tendría una buena indemnización. Pero en la gestoría me informan que solamente me corresponden 20 días de salario por año trabajado y que mi despido es procedente. En el sueño, podía ver mi cara de estúpido mirando todos aquellos papeles que debía firmar sin posibilidad de enmienda. Tendría que afrontar todos mis gastos (hijo, hipoteca, coche, electricidad, agua, comunidad, comida, medicinas) con ese dinero y lo que me pagaran de la prestación de desempleo mientras durase. 

Pero mis problemas no finalizaban ahí. Mi padre enfermo me llamaba para decirme que tras la última modificación del sistema de pensiones, había dejado de ingresar 400 € anuales y que no podía llegar a fin de mes. "Papá, no será para tanto" le dije, pensando que el viejo exageraba, como siempre. Pero comenzó a desgranarme sus gastos y me explicó que con la subida de la factura de la electricidad, del transporte público, de los medicamentos que antes no tenía que pagar y ahora sí y con el pago del importe del alquiler, además de la comida, no le salían las cuentas. Me crucé de brazos porque ya no podía ayudarle como había hecho en alguna ocasión anterior. Mi problema, básicamente, era el mismo que el suyo: no tenía dinero para afrontar lo cotidiano. Nada de lujos ni gastos superfluos.

Entonces, en mi pesadilla, tengo una idea. Iré a ver a mi primo, el abogado, para reclamar la deuda esa que tiene contraída conmigo Javier, el "amigo" al que dejé 10.000 € hace tres años y no me ha devuelto todavía, además de no responder a mis llamadas. Qué bien me vendría ese dinero...pienso en mi hijo, en mi padre, incluso en la posibilidad de crear algo nuevo, empezar de cero. Pero todo se desmorona en cuanto me explica que tengo que pagar 350 € solamente por poner la demanda (me explica no sé qué de una tasa para la justicia gratuita), además de los honorarios del procurador, obligatorios. Los suyos, me los perdona. Hago números. No tengo los 600 € que necesito siquiera para empezar el procedimiento y todavía me falta un poco para perder lo que me queda de dignidad y pedirle que me los adelante él. 



Rabioso, cabreado, noqueado. No sabía qué hacer en el sueño. Entonces leo en la prensa que se había convocado una manifestación multitudinaria para protestar contra los recortes del Gobierno. Pienso que es mi oportunidad de salir a la calle y poder gritarles a esos sinvergüenzas lo que opino de ellos. De demostrar ante todos los demás que tan solo soy un ciudadano que pide que le dejen vivir. Que no quiero un coche nuevo, ni una tele de plasma, ni hacerme un lifting. Solamente poder levantarme cada día y saber que no voy a volver a pasar otra noche en vela pensando en cómo podrán sobrevivir los míos.

Así que no pierdo el tiempo y animo a otros a que se sumen a la manifestación a través de mi perfil en Twitter. Les digo que si todos los que no podemos más nos plantamos, el Gobierno rectificará. Que esto no puede continuar así. Que somos personas, no números en una base de datos. 

Sin embargo en mi pesadilla, la manifestación se convierte en otra pesadilla. La policía carga con una violencia inusitada contra todos los que nos hemos presentado con pancartas y consignas ante la Delegación de Gobierno. Recibo porrazos tan solo por ayudar a un chaval que se encuentra tendido en el suelo por haber recibido un golpetazo con una pelota de goma en el cogote y escapo tapándome como puedo con las manos la cabeza. 

Como sucede en los sueños, el sentido del tiempo se contrae y en cuanto llego a casa recibo una notificación. Es del juzgado y estoy imputado por la comisión de dos delitos: haber participado en una manifestación que no tenía los permisos legales concedidos ante la sede de un organismo público y haber tuiteado la convocatoria de la misma. Me piden un año de prisión y multa de doce meses por ambas acusaciones. Se me ocurre que por qué no han adjuntado una cápsula de cianuro con la comunicación. Así sería todo más fácil.

Cuando ya tan solo espero que aparezca alguien para que me dé el tiro de gracia despierto en mi cama. Son las 5.00 de la mañana y estoy completamente desvelado. Así que enciendo la tele del comedor y veo las noticias repetidas del telediario. En ellas aparece el Presidente en una comparecencia en la que, extrañamente, no hay periodistas. Tan solo él dirigiéndose a las cámaras. Dice que podemos estar todos tranquilos. Que la crisis ya ha pasado. Que lo mejor está por llegar y que la prima de riesgo ha bajado. Percibo una sensación de alivio y pienso en lo horribles y reales que pueden llegar a ser las pesadillas. Noto como el sueño comienza a vencerme de nuevo y me encamino hacia la cama para acostarme.