jueves, 1 de octubre de 2015

SOBRE EL PODER Y LAS PERSONAS

Ahora que ya enfilo los días finales de mi trayectoria parlamentaria, he reflexionado mucho sobre cómo ha cambiado mi vida y a mi persona una experiencia vital como ésta. Quizás no me corresponde realmente a mí hacer esa valoración y sí a las personas que me conocen bien y desde hace tiempo. A ellos les preguntaría si casi ocho años después de haber comenzado mi andadura en la política institucional soy tan necio como antes o si, por el contrario, aún lo soy más ahora.


El gran Abraham Lincoln nos dejó muchas cosas para la posteridad. Entre ellas, numerosas sentencias y aforismos que me gusta rememorar de vez en cuando. Uno de ellos es especialmente apropiado para el tema de este texto: "Casi todos podemos soportar la adversidad, pero si queréis probar el carácter de un hombre, dadle poder."


Aunque es probable que el expresidente de EEUU conociera antes las palabras de Pítaco de Mitilene, uno de los 7 Sabios de Grecia: "Si queréis conocer a un hombre, revestidle de un gran poder. El poder no corrompe, desenmascara."


Cuánta verdad hay en estas sabias palabras de personas que llegaron a ser de las más poderosas de su tiempo. Sin duda Lincoln debió preguntarse muchas veces hasta qué punto le había afectado el ejercicio del poder y, a su vez, pudo comprobar qué repercusiones tenía entre las personas que le rodeaban.




Por supuesto, bajo ningún concepto considero que yo haya tenido capacidad de mando alguna por haber sido diputado. Pero sí he conocido a algunos que dentro del ámbito político lo han tenido y no, necesariamente, desde el principio.


Claro que, en realidad la pregunta no es si el poder cambia a las personas. Sino que  todos tenemos unos atributos inherentes y que lo único que hace la autoridad es ponerlos de manifiesto con mayor publicidad.


Y, efectivamente, tras casi ocho años en la política sí he podido apreciar por mi cuenta como algunas de las personas que he conocido han mostrado su peor cara en cuanto han tenido mayores responsabilidades. Vamos, que no es que se hubieran vuelto unos cabrones, sino que ya lo eran con anterioridad, tan solo que no tenían oportunidad de mostrarlo cada día y con tanto público.


En cierto modo esto me recuerda a lo que decía una familiar mío en referencia a las drogas y en que estas te puedan dejar permanentemente perjudicado: "Los que se vuelven tontos tomando drogas ya lo eran antes."


Bromas aparte, lo cierto es que esa es una de las caras más amargas del ejercicio de la política. No la única, pero sí una de las peores. Porque tratas a menudo con gente que se comporta como auténticos tiranos con los demás, con personas que mienten para hacer daño a otros o que avasallan a todos los que se les ponen por delante. Pero que luego públicamente defienden valores como el respeto, el honor o la pluralidad. Y tú sabes cuánto cinismo e hipocresía hay en sus palabras.


Como sucede en el ámbito empresarial, familiar u ocioso, por otra parte. Siempre han existido personas venenosas que se crecen en cuanto tienen capacidad de decisión a su alcance. Pero en todos esos casos se trata del ámbito privado. La gravedad de la política es que esos sujetos son personajes públicos y con un doble perfil. 




En cualquier caso estos personajes son, afortunadamente, minoritarios. Porque también he podido comprobar como la mayoría de personas que he conocido en la política dan lo mejor de sí siendo, en general, bastante coherentes consigo mismos. 


Considero que el poder es un elemento neutro, que en función de quién lo ejerce y de cómo lo hace tiene consecuencias negativas y positivas para los demás. Pero sí hay que reconocerle una cualidad positiva original y es su capacidad de reflejar el alma de sus usuarios con toda nitidez.