viernes, 4 de marzo de 2016

CUANDO LLEVAR CORBATA ES ANTISISTEMA

Hace unos meses un amigo mío puso una foto en su muro de Facebook en la que figuraba él vestido con rigurosa americana oscura y camisa blanca impoluta, junto al actual entrenador del Rayo Vallecano, Paco Jémez, quien aparecía con un atuendo bastante más casual. 

"Estás hecho un dandy", le señalé mediante un comentario a pie de foto. "No, Pablo", me dijo y añadió, "En Vallecas, los "currelas" somos los únicos que salimos vestidos de manera elegante, porque los que tienen pasta de verdad no necesitan vestir así." Me pareció una observación inteligente, en consonancia con la opinión que me merece él como persona.

Pero lo cierto es que al cabo de unos días no volví a pensar en ella, hasta que en la constitución del hemiciclo en la presente legislatura el debate sobre el aspecto de los nuevos diputados saltó de forma masiva a los foros de opinión. Entonces recordé las palabras de mi amigo. Y eso me indujo a una reflexión algo más profunda que he decidido plasmar hoy aquí.

En un principio, hay una circunstancia que a todas luces resulta obvia, como lo es que cualquier parlamentario es libre de escoger las ropas con las que ejercer su cargo. Tan diputado o senador será vestido de impecable traje, como en mangas de camisa atendiendo a un medio o ciudadano por correo electrónico un domingo en su casa.

No obstante, hay quienes pretenden establecer una confrontación entre lucir un aspecto casual que supuestamente los emparenta con la ciudadanía más humilde, que calzarse traje y corbata, más acorde con las élites económicas y financieras.

En mi opinión no hay nada malo en acudir vestido de forma sencilla al Congreso de los Diputados. La labor parlamentaria no se verá afectada en absoluto por ello y desde hace años hay precedentes que confirman empíricamente esta afirmación. Sobre todo si se mantiene la misma coherencia en otros ámbitos de la vida. 

Pero para mí constituye un error hacerlo con el objeto de establecer una distancia con quienes, fieles a la tradición, van a la cámara baja con la convencional corbata o traje: es decir, para diferenciarse de lo que creen que representan los demás. 

Porque eso conlleva un mensaje excesivamente maniqueo, del tipo "esos son los malos, que visten así de elegantes, porque los buenos somos más sencillos y humildes". Ese mensaje está cargado de toda una suerte de simbolismos que no siempre encuentran justificación en la razón y sí en la agitación de viejos conceptos ya superados. 




Hace muchas décadas la mayor parte de la población no podía costearse un traje o un vestido "formal". Eso estaba al alcance tan solo de las personas que podían pagarlo, que eran muy pocas. En aquel entonces, la voluntad de identificación con esa masa social mayoritaria bien podía reflejarse en la negativa a lucir corbata o americana. 

En la actualidad, la mayor parte de trabajadores asalariados en restaurantes, centros comerciales, aeropuertos, hoteles, bancos y la inmensa mayoría de negocios, viste americana y, en muchas ocasiones, corbata. Del mismo modo que es muy habitual observar a magnates, altos directivos y representantes célebres del mundo cultural lucir el atuendo más casual posible. Las famosas bermudas rojas del fallecido Emilio Botín o las barbas hipster (antes marxistas) son buena prueba de ello.



De modo que se da la cómica paradoja de que quizás hoy en día vestir de manera sencilla con la voluntad de representar a un estamento social, significa hacerlo más bien por la parte de los más poderosos. Como broma se puede decir que llevar corbata hoy en día en el Congreso es más antisistema que no llevarla.

En cierta manera, entronca perfectamente con la teoría del "elitismo invertido" de Daniel Innerarity, el cual denuncia que para combatir a "la élite", se necesita de la construcción de otra: la élite popular. Concepto este del elitismo popular que, por supuesto, es lo suficientemente genérico y flexible para los usos que sean necesarios.

La utilización de la imagen estética ha sido manejada desde tiempos inmemoriales para lanzar un mensaje determinado. El problema es que los conceptos no siempre han permanecido inalterables y lo habitual, como suele ocurrir en nuestra Historia, es que lo que antes significaba algo determinado, pueda reflejar lo contrario al cabo de un tiempo. 

Bien lo sabían los punks primigenios de los 70, quienes también buscaban la imagen de la provocación vistiendo en ocasiones corbatas y americanas junto con un mensaje vagamente nihilista y supuestamente antisistema. Duró lo suficiente hasta que su uso en muchas de esas bandas fue tan convencional que ya no servía a su propósito. Se había institucionalizado.




A mí, personalmente, me gustaba acudir a los plenos con traje y corbata. Constituía una suerte de uniforme de trabajo que tampoco me era ajeno por mi condición de abogado. No pienso que me hiciera ni mejor ni peor, pero me gustaba la idea de que, de alguna manera, un aspecto tan "oficialmente" formal constituía a dignificar lo que para mí era la ocupación más importante que he desempeñado. Que no era otra que confeccionar las leyes que después se aplicarían a decenas de millones de personas. 

Por supuesto, como ya he afirmado, mi labor hubiera sido exactamente igual vestido con mis habituales camisetas de los Ramones o Motörhead, que suelo ponerme cuando estoy en casa o durante el verano. Pero me gusta la idea de que si para determinadas actividades nos ponemos el uniforme "adecuado", incluso para salir a cenar o acudir a una boda, porqué no hacerlo también para trabajar.

La imagen casual solamente tiene su razón de ser cuando es auténticamente casual, algo que casi nunca suele suceder. Cuando la misma es buscada de manera voluntaria y enfatizándola ante el aspecto de los demás, se convierte en un uniforme más, como cualquier otro. No más humilde, ni más criticable. No es mejor, ni peor. Tan solo otro disfraz más. 

Por otra parte, como ya he afirmado repetidas veces, vestir de una determinada manera no nos hace peores ni mejores. Por lo que no es válido descalificar a las personas en función de su aspecto. 

Por ese motivo, jamás podré estar de acuerdo con la supuesta superioridad moral que emana de quien se sitúa por encima de los demás en función de su imagen. Y he sufrido esa discriminación en los dos sentidos: cuando vestido de traje y corbata he apreciado miradas de desdén por parte de personas de aspecto más sencillo y a la inversa.

Y, por la misma razón, el mensaje de que hay que vestir como "el pueblo" (otro concepto genérico y que no representa, en realidad, a nadie) porque éste es mejor que los que le han representado hasta ahora, es demagógico.

Todos deseamos ser representados por los mejores. Pero estos pueden ir perfectamente enfundados en un traje de Ermenegildo Zegna, como hacerlo en un bañador de Carrefour. Lo que no puede pretenderse es descalificar con el tópico habitual de las clases dirigentes con traje, puro y sombrero de copa para sustituirlo por el de las clases humildes con ropa de saldo como las verdaderamente idóneas para gobernar el país.

La estética y la moda son un foco de vanidad y frivolidad del que muy pocos pueden abstraerse en la realidad. Pero al menos que estén desprovistas al máximo de prejuicios y de ideología. Que solamente nos pongamos ese traje negro azabache o esos pantalones de cuero sencillamente porque nos gustan y nos hacen sentirnos bien y más cómodos con lo que hacemos, no porque nos hacen creernos mejores que los demás.

Incluso es posible vestir con vaqueros y camisa en el Congreso de los Diputados y acudir a los Premios Goya con esmoquin. Pero estaría bien hacerlo con un discurso coherente al respecto. Lo demás, denota postureo.