sábado, 10 de agosto de 2013

BERLUSCONI Y BÁRCENAS NO ESTÁN SOLOS

Silvio Berlusconi. El auténtico "Ecce hommo" de la política italiana. Incombustible, polémico, bufón, mediático, escandaloso, provocador, poderoso, corrupto, proxeneta. Se le han asignado todos esos calificativos y muchos más. Pero es indiscutible que este hombre peculiar ha sido el epicentro del terremoto continuo que es la sociedad italiana desde hace más de 20 años.

Ahora afronta una condena firme a 4 años de prisión por fraude fiscal en el "Proceso Mediaset", así como está pendiente de la resolución del recurso por la Corte Suprema italiana de la condena a 7 años de prisión e inhabilitación perpetua para ejercer cargos públicos por prostitución de menores y abuso de autoridad en el "Proceso Ruby". Pero "Il Cavaliere", con 76 años, no ingresará en prisión precisamente por su edad, la cual no le impide, paradójicamente, ser primer ministro en su país. 


Berlusconi es el hombre al que te encanta odiar. El monstruo que a todos nos gusta citar cuando queremos ponerle rostro al poder corrupto y desmedido de un dirigente. El ejemplo perfecto de lo que nunca debería ser un político: mentiroso, delincuente, grosero, machista, manipulador. Pero a menudo olvidamos que aún con todo su poder político, económico y mediático, Silvio Berlusconi es tan solo un hombre. Y que para alcanzar las cimas a las que él ha llegado, son necesarios muchos más. Miles. Cientos de miles. Millones.



Efectivamente, el principal agente de todos los males causados por su persona es él mismo, eso es indiscutible. Pero es materialmente imposible que un sujeto pueda conseguir todo lo que él ha acumulado sin la ayuda de otras personas.


La célebre frase de Edmund Burk encaja como anillo al dedo para comprender la trayectoria del ex primer ministro italiano. "Para que el mal triunfe, es necesario que algunos hombres buenos no hagan nada". Aunque en este supuesto, es más correcto afirmar que esos supuestos "hombres buenos" sí han hecho. Más bien diría que su participación ha sido muy activa en el caso de algunos.


Comenzando por los miembros de su coalición política El Pueblo de la Libertad. Naturalmente, Berlusconi no hubiera llegado hasta el gobierno italiano sin un partido (Forza Italia) y una coalición política a su servicio absoluto. Miles de personas, hombres y mujeres, jóvenes y ancianos trabajando para que su jefe consiguiera el poder y pudiera seguir ejerciéndolo a su particularísima manera. Naturalmente, debemos sumar también a todos aquellos que le han votado en las sucesivas ocasiones que se ha postulado para la presidencia.


Pero, al margen de algo tan obvio como lo apuntado anteriormente, también es conveniente hacer una reflexión respecto a todos aquellos que trabajan o han trabajado en sus medios de comunicación televisados, radiados o escritos. Cada vez que han acatado una orden de no publicar información sensible sobre sus desmanes; cada ocasión que han aceptado desviar la mirada hacia otro lado cuando la actualidad judicial acosaba al "patrone"; siempre que han permitido de manera consciente por acción u omisión que un velo de opacidad se alzara ante los ojos de todos los ciudadanos, estaban coadyuvando a que un sujeto de semejante calado pudiera caminar un paso más en su trayecto hacia el podio de la ignominia. 


Y así podríamos seguir con muchos otros: abogados, asesores fiscales y economistas que prestaban sus conocimientos para dilatar sus procedimientos judiciales; los que suministraban jóvenes ingenuas (o no) para sus bacanales; los que participaban en ellas y un largo etcétera.




Otro tanto sucede con Luís Bárcenas. Quien ha evadido millones de euros a una cuenta en Suiza ha sido él. Pero para que el ex tesorero del Partido Popular haya podido amasar semejante fortuna han sido necesarias muchas más personas. Los que lo sabían y aún sin participar de manera directa, callaban para que no peligraran sus cómodos puestos; los que (presuntamente) recibían su correspondiente sobresueldo y no preguntaban la procedencia del dinero; los que (presuntamente) lo entregaban a cambio de futuras recalificaciones y adjudicaciones de contratos; los que (presuntamente) desde asesorías fiscales y entidades financieras han contribuido a los movimientos de dinero sabiendo de su ilicitud. 


Y es que tendemos a pensar que la corrupción solamente alcanza a quien vemos después en las portadas de diarios y en las condenas de los fallos judiciales. Pero no es cierto. La corrupción implica a muchas más personas. A todo aquel que ante su hedionda presencia ha tenido en su mano hacer algo y la ha escondido o la ha preparado para recibir su correspondiente comisión. Porque quien no pelea ante la corrupción, acaba indefectiblemente formando parte de ella. Pero esos y esas no son visibles ante los ojos de los demás, aunque sí a los de su propia conciencia. 


Lo cual me lleva a pensar que eso explica la increíble solidez entre muchos de sus votantes de determinadas formaciones políticas ante la corrupción que las asola. Quizás porque la conciencia de éstos no les permite culpar o castigar a quienes tan solo son los ejecutores o cabezas visibles de un proceso en el que, de un modo u otro, han participado también. 

Y así, después, todos denigramos la corrupción que asoma en las alcantarillas de nuestra sociedad. Pero muchas veces, la condena conlleva, también, la penitencia propia. 



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