lunes, 4 de junio de 2012

El PSOE y la monarquía

Los últimos incidentes relacionados con Juan Carlos de Borbón de los que hemos tenido constancia, bien sea por cuestiones cinegéticas, bien por asuntos familiares, han impulsado el debate monarquía/república, sobrepasando incluso la tradicional y cada vez más tenue mordaza autoimpuesta por los medios convencionales. En la votación de los Presupuestos Generales del Estado 2012, se propuso una enmienda por parte del grupo La Izquierda Plural que pretendía reducir en un 20% la partida destinada la Casa Real. No son pocas las personas que me han preguntado por qué el PSOE decidió votar en contra de la citada enmienda, muchas de ellas del propio partido.

La relación entre los socialistas y la figura de la monarquía ha sido ambigua desde el restablecimiento de la democracia en España. Hay quienes acusan al partido de ser excesivamente gentil con la figura del rey. Otros tildan de traidora a sus principios a una formación política que fue clave para la instauración de la IIª República española en 1931.


Sin embargo, pocos saben que en los debates que se llevaron a cabo para la regulación de la Constitución de 1978, cuando se debatía si la estructura institucional de España debía orbitar en torno a una monarquía parlamentaria o una república federal, el PSOE votó a favor de ésta última y en contra del establecimiento del actual sistema. El compañero José María Benegas ha distribuido estos días el diario de sesiones de la antecesora de la actual Comisión Constitucional en la que, de forma más que brillante, el exdiputado Luís Gómez Llorente explicó los motivos por los que el partido votó a favor de una república como forma de organización política para España.  

Uno no puede evitar sorprenderse cuando lee el recuerdo a las palabras pronunciadas por Pablo Iglesias hace ahora más de 100 años en el hemiciclo: "No somos monárquicos porque no lo podemos ser; quien aspira a suprimir al rey del taller, no puede admitir otro rey". La síntesis perfecta de lo que suponía el socialismo de aquél entonces.

Lo cierto es que, desde la votación en aquella comisión y la posterior confirmación de una monarquía parlamentaria como sistema político, los socialistas nos hemos dedicado a prestar un fuerte apoyo a la figura del rey como Jefe del Estado por comprensibles motivos de pura responsabilidad institucional. Además, el legislador introdujo para un mejor blindaje de determinados preceptos constitucionales, un sistema pétreo para su posible reforma, el del famoso artículo 168 de la Constitución de 1978. En consecuencia, cualquier intento serio de introducir un debate real sobre la forma de organización estatal siempre es desestimado aludiendo a la imposibilidad técnica y política de su cometido.

En cualquier caso, el accidentado inicio de la década de los 80 en nuestro país y los cambios políticos del siguiente decenio, entre otras cuestiones, permitieron a la monarquía pasar con buena nota el siempre difícil examen de la ciudadanía. Como ya es sabido, la versión aceptada históricamente sobre el papel del rey en el golpe de Estado del 23 de febrero de 1981, le propició un cómodo estatus de defensor a ultranza de la legalidad democrática de nuestro país.

Es posible que en cierta medida esto haya propiciado que cualquier intento de crítica hacia la institución se haya valorado como radical desde el ámbito político, o bien ha acabado estrellándose contra el velo de protección mediática al que aludía al inicio del texto. Las excesivamente inofensivas biografías oficiales no han desestabilizado en modo alguno a la Casa Real (tampoco era su objetivo) y libros con material mucho más incendiario como el anónimo "Un rey golpe a golpe", han pasado muy desapercibidos entre la población en general.  

Dentro de este marco político y social, los socialistas hemos salido en defensa de la figura del rey en numerosas ocasiones, siendo plenamente conscientes de que es el apoyo del PSOE el que mantiene la estabilidad de la institución dentro del juego de equilibrios de España. Es evidente que desde el momento en que ese apoyo cesara, el debate se tornaría mayúsculo y habría que afrontar los retos que supone el mecanismo constitucional para la modificación atinente a la monarquía parlamentaria. No veo cercano todavía el momento en que esta situación pueda darse por múltiples razones que no son el objeto de estas líneas.

Pero, humildemente, pienso que quizás sí es necesario reflexionar sobre la extraña situación en la que se encuentra el partido en torno a esta situación. Es evidente y comprensible la necesidad de actuar con prudencia y elegir el tono y las palabras adecuados cuando suceden acontecimientos como el de la cacería africana de hace unas semanas. Pero ello no comporta que la Corona se encuentre exonerada de la crítica política y de la necesidad de acometer también sacrificios en un momento en que la mayor parte de la población está teniendo que aceptarlos sin opciones.

Y, por supuesto, hay una parte creciente de la ciudadanía, a juzgar por las últimas encuestas publicadas, que comprendería perfectamente que se actuara con menor indulgencia en referencia a las actividades de Juan Carlos de Borbón y su familia. Quizás ha llegado el momento en que debemos zafarnos del falso axioma según el cual no podemos formular según que cuestiones por el ya citado temor a desequilibrar la institución y, con ello, el país.


El argumento ha sido sumamente poderoso hasta el momento y, en algunos casos, con motivos más que fundados. Pero también es cierto que ha sido utilizado como excusa para no afrontar algunas cuestiones que están sobre la mesa. No creo que recordarle al rey la bondad de una mayor transparencia en la Casa Real y de sus actividades o, por ejemplo, que el presupuesto previsto para los siguientes ejercicios se verá sometido a los mismos recortes proporcionales que el resto de instituciones, suponga alentar el advenimiento de la IIIª República.

Más bien la opacidad que orbita en torno a su figura y la de su familia están generando el efecto contrario y, si hasta ahora había funcionado como elemento protector indispensable para su fortaleza, actualmente constriñe la necesidad de un mayor aperturismo y publicidad que ya existe desde hace tiempo en otras personalidades políticas de primer nivel, como el Presidente del Gobierno. Sin perjuicio de que en España todavía nos quedan enormes distancias que atravesar en materia de transparencia política.

Por ello, las posiciones políticas pueden adecuarse a lo que demandan los tiempos actuales. Una cosa es pedir un cambio de régimen político y otra muy distinta que la monarquía y la figura del rey deben someterse a ciertas reglas del juego, sin que por ello deba considerarse al partido como radical o extremista por sus exposiciones. Continuar aceptando el chantaje ideológico que predican algunos medios y partidos sobre este asunto, provoca la paradoja de que la crítica hacia la institución monárquica acaba recibiéndola el propio partido. Y ese es un lujo que solo pueden permitirse quienes gozan de invulnerabilidad política. No creo que nadie en nuestra sociedad, más allá de lo que puedan expresar normas de toda condición, pueda ahora ostentarla.

"La desgracia de los reyes es que no quieren escuchar las verdades."

Juan Jacoby.

No hay comentarios:

Publicar un comentario