lunes, 8 de noviembre de 2010

BAILANDO CON LOS MUERTOS...

El viernes pasado se estrenó en España la serie de TV "Los muertos vivientes", basada en el cómico homónimo escrito por Robert Kirkman y dibujado por Charlie Adlard. Es probable que si estás leyendo estas líneas, hayas pensado que vas a malgastar tu precioso tiempo con algo tan aparentemente superficial como la temática zombi. No te culpo. Pero, al contrario de lo que crees, lo que ha conseguido la historia tejida por Kirkman es elevar a lo sublime un subgénero que suele despertar toda clase de prejuicios en aquellos que desconocen la materia. Tantos años de bazofia publicada han dejado un poso en el imaginario colectivo difícil de limpiar.



Lo primero que llama la atención de la ignorancia general que impera en el asunto, es que una de las principales críticas sociales que suele formularse aprovechando la excusa del holocausto zombi se refiere precisamente a eso: la sedación mental de nuestra sociedad; la alienación de muchos de nosotros, meros comparsas necesarios de los que mueven los hilos en realidad, con el piloto automático siempre conectado. Por eso, el impulso inicial que se atribuye a muchos de los muertos vivientes en los clásicos cinematográficos es acudir a los grandes centros comerciales, donde deambulan por sus puestos y escaleras mecánicas por pura inercia. Naturalmente, la parodia también está presente en esa alegoría.



Pero lo que realmente ha engrandecido una temática que de por sí no era más que visceras y terror adolescente primitivo, ha sido el desarrollo de cada uno de los personajes que suelen conformar el elenco de supervivientes imprescindible en cualquier historia. Así, un mundo poblado por seres putrefactos que caminan con el único objetivo de hincar el diente a nuestras tiernas carnes, se constituye en la justificación perfecta para situar a un grupo de humanos en una situación límite. En ella, cada uno reacciona dando lo mejor y lo peor que lleva dentro y los matices, las contradicciones, los tabús sobrepasados, el cambio de esquemas de valor, crea los claroscuros necesarios para dotar a los protagonistas de una profundidad y riqueza extraordinarias.



¿Qué sentido tiene ser un agente del orden cuando ya no existen normas que cumplir? ¿De qué sirve tener millones de euros en tu cuenta bancaria cuando el dinero es sólo papel mojado sin valor de cambio alguno? ¿Para qué tratar de hacer amigos cuando quizá mañana debas luchar a vida o muerte con uno de ellos por una lata de conservas? ¿Qué importa lo que fuiste antes del holocausto si vives en un mundo que ya no tiene pasado? ¿El determinismo ha deparado la situación que nos toca vivir o, por el contrario, tenemos libre albedrío para decidir nuestras acciones?


Todas estas cuestiones y muchas más se visualizan a lo largo de todos y cada uno de los números que componen "Los muertos vivientes". Y el autor destila las respuestas, presenta nuevos interrogantes que incitan a reflexionar sobre nuestra naturaleza enormemente vulnerable y sensible a todo cuanto nos rodea. Nos damos cuenta de nuestra extrema fragilidad cuando el marco de cristal en el que se representan nuestra vidas se hace añicos y quedamos desamparados como mendigos. Entonces el instinto de superviviencia se erige como la única ideología a la que permanecer fiel.


Al menos sobre la superficie. Porque en el subsuelo de todo esto subyacen los verdaderos sustratos que otorgan la ambigüedad necesaria que induce a la reflexión a la que me he referido. El maniqueismo aquí no tiene lugar porque nada es blanco o negro per se. Empatizamos con cada uno de los perfiles que el autor ha trazado como un artesano experto. Los amamos u odiamos según el papel que les corresponde representar. Nos identificamos con sus grandezas y sus miserias, que son las nuestras. Asistimos a su evolución y disfrutamos los nuevos matices que se vislumbran cada vez que se introducen otras piezas en el puzzle.


En un mundo en el que casi todo lo conocido ha transmutado en algo distinto. En el que los valores tradicionales han sido sustituidos por otros absolutamente opuestos. Cuando la excepción se convierte en norma y lo habitual en excepción, los muertos vivientes, como dice Rick, el protagonista absoluto de la historia, somos nosotros.


La serie de TV parece que estará a la altura de la obra original. Los viernes por la noche tenemos todos una nueva razón para quedarnos sentados frente al televisor. Pero, en esta ocasión, nuestro cerebro lo agradecerá tanto como desearían devorarlo los zombis que ocupan una buena parte de la pantalla.




1 comentario:

  1. Vaya, este post me recuerda una conversación sobre los zombies que tuvimos en Mallorca. Algunas películas de este tipo suelen entretenerme o incluso "relajar". Sí, es verdad. Supongo que se debe al comportamiento predecible de los zombies. Sus actos reiterativos y el automatismo subrayado producen un efecto cómico o tragicómico (algunos amigos no están de acuerdo conmigo, pero yo reacciono así). Tienes razón, las metáforas de sociedad subyacen ahí. No sólo los muertos vivientes representan símbolos, sino sus víctimas que pertenecen a diferentes clases sociales y encarnan diferentes tipos psicológicos. Además, siempre me he fijado en las tendencias pesimistas y cierto fatalismo. Un ejemplo clásico: el único sobreviviente de la peli "El amanecer de los muertos" (la primera del ciclo de Romero) es fusilado por un policía que lo toma por un zombie. Los esfuerzos de protagonistas no llevan a ninguna parte. Algo semejante ocurre en la serie "Final destination" que es bastante macabra...

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